Es una crónica típica de Rodolfo Walsh. Tiene impregnada en cada párrafo su forma de narrar, su forma de ver la realidad. Se nota claramente la presencia del autor en todo momento, involucrado en el tema. Es tan protagonistas como los demás. Sobresale la forma de describir los diálogos con extrema fidelidad. Son muy textuales, sonoros, al pronunciarlos sobrevienen a la mente del lector las imágenes de los japoneses pronunciando las palabras. “No hay prata” recibe Walsh; si él no escucha plata, porque mentirle al lector distorsionando la realidad.
Resulta llevadera la lectura, es una crónica corta pero ilustrativa, causa simpatía al leerla. Simpatía por estos seres completamente extrapolados que jamás hubieran pensado allá en su lejano Okinawa, que sus días en algún momento transcurrirían en América; aquello que exactamente se encontraba en el extremo opuesto de lo que sus pies reconocían como tierra propia.
De todas formas, walsh pretende de alguna manera adornar a través de estos recursos narrativos, la crudeza de la realidad que atraviesa la provincia de Misiones con el albergue de estos seres. Un poco de estafas por aquí, un poco de precariedad por allá, algún que otro malestar, cosas que en fin; han llevado a Walsh a tomarse la molestia de ir para allí.
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