viernes, 14 de noviembre de 2008

DOS AMIGOS

Consigna sobre charla en el auditorio

Cuento de ficción

— Hay que matarla, no queda otra.
— ¿Te parece llegar a tanto?
— ¿A ver decime, se te ocurre algo mejor?
— No, obviamente es la mejor solución; pero no quiero convertirme en asesino y mucho menos terminar en la cárcel.
— De la “culpa moral” no te preocupes que me encargo yo. Vos hoy hacé tu vida normal que después nos encontramos allá.
— Pará Pará; que, ¿la vas a matar hoy?
— ¿Y cuando sino? Ya te dije que mañana sale para Córdoba. Es hoy o nunca.

Los dos amigos se despidieron y se retiraron del café donde se habían juntado a desayunar. Era la mañana del martes 28 de octubre de 2008 y el sol brillaba enérgicamente a pesar de los pronósticos de lluvia. Francisco dejó a su amigo y se dirigió hacia su trabajo de la misma forma que hace todos los días. Mientras estuvo allí no se sintió bien. Estaba nervioso, preocupado por todo lo que había pasado, y sentía intranquilidad por no saber nada sobre su amigo. Eran las 5 de la tarde, Francisco había terminado con su trabajo y por lo tanto se retiró hacia su hogar.

Revisó el contestador en caso que hubiera algún mensaje, aunque era conciente que esta situación hubiera sido improbable ya que su amigo de haber intentado comunicarse, lo hubiera hecho a través de su teléfono móvil. Quiso descansar un momento por lo que decidió recostarse antes de que llegue la hora de partir. Sentía el agotamiento lógico de haber pasado toda la noche despierto. De todas formas, fue imposible que consiguiera siquiera cerrar los ojos, no podía alejarse ni un momento de todo lo que había vivido horas atrás. No dejaba de imaginarla, pensaba que en ese momento probablemente ya había dejado de existir. Pero había algo que lo perturbaba aún mas, saber que esta situación lo beneficiaba. Sentía culpa, la culpa de ser conciente que alguien había muerto bajo su consentimiento. Y que los valores que él se ha encargado de transmitir permanentemente y con los que se ha manejado a lo largo de su vida, se vieron avasallados por el acontecer de una sola noche. Sentía en parte asco de si mismo, por descubrir que prefería la muerte de una inocente persona antes que caer preso.

Recostado sobre su cama, y con el antebrazo derecho sobre la frente, clavó la mirada fijamente sobre el techo. Pero no era la imagen del ventilador con movimientos incesantes lo que sus ojos percibían, eran imágenes sobre ella, esa mujer que indefectiblemente ha dejado una huella en su vida para siempre. En su tiempo de meditación, hubo lugar también para su amigo. En ese instante recordó una frase que su padre solía repetirle a menudo: “uno no termina nunca de conocer realmente a las personas”. Jamás hubiera pensado que el hombre que conocía desde hacía varios años, hubiera sido capaz de hacer todo lo que esa noche; él, le vió hacer. Nunca hubiera creído que además de lo acontecido, se hubiera comprometido a asesinarla con la misma naturalidad que se mata una mosca en pleno verano. ¿Por qué a mi? se preguntaba una y otra vez. Cada tanto miraba su teléfono con intensiones de que suene, pero la llamada no llegaba. Sentía por momentos la tentación de llamarlo él, pero se contenía al pensar que pudiera molestarlo justo en “ese momento”.

Pensaba en la tranquilidad con que transcurría su vida, de la felicidad que gozaba sin saberlo. Se preguntaba si todo llegara a salir bien como continuaría la relación con su amigo. De seguro sabía que ya no sería la misma. Esto indudablemente ha marcado un quiebre, lamentablemente no poseía la sangre fría con la que el otro contaba. Pensaba entonces como continuaría su vida en general después de lo vivido, como haría para mirar a los ojos de cada hombre, mujer y niño; y no ver en ellos, los ojos de esa pobre mujer. También se preocupaba por el método que su amigo implementaría para acabar con ella. Sabía que no era poseedor de armas, aunque luego de conocer su desconocida faceta, esta situación generaba algunas dudas. De todos modos se sentía intrigado en la forma que la mataría. ¿La ahorcaría? ¿le clavaría un puñal? ¿buscaría la forma de envenenarla? ¿Y bajo que contexto? ¿un suicidio? ¿un accidente? ¿fingiría un asalto?

En su mente planeaba una y mil formas de asesinarla, aunque jamás se atrevería a llevar a cabo tales atrocidades. Imaginaba la forma adecuada que demuestre que nada de lo que realmente pasó quede al descubierto. Pensando, pensando, y pensando, el tiempo pasó y el reloj de su cuarto marcó las 7 demostrando que en 5 minutos debía partir. Levantó entonces el cuerpo de su cama, se dirigió al baño, y arregló su cabello no permitiéndose bajo ningún concepto contemplar sus ojos negros de cansancio, nervios, miedo, y culpa.

Salió de su hogar y en la parada de colectivo, todo lo que observaba le recordaba a ella y lo vivido en esa noche. Durante el viaje mantuvo siempre la cabeza recostada sobre la ventana, y la mirada fija en la nada. De todas formas seguía sin mirar; su mente seguía en otro lado. Faltando ya poco para llegar, su teléfono chilló y vibró. Era un mensaje. Lo tomó de inmediato pero sus palpitaciones volvieron a descender al comprobar que no era el remitente que esperaba. No se molestó en leerlo. Una vez llegado a destino, mantenía la leve ilusión de encontrarlo allí tal cual habían planeado en la mañana. Pero ya había caminado bastante por el establecimiento y no lograba verlo. La ilusión, se desvanecía poco a poco. Se encontró con algunos conocidos y sin prestar ningún tipo de atención a las palabras que percibía, los oyó hablar sobre el tema que los había reunido. Se había cumplido la hora y Miguel no había llegado. Sus compañeros preguntaron por él y Francisco respondió con el mayor de los disimulos.

Finalmente entraron al auditorio de la Universidad, y encontraron sobre el escenario, una mesa larga sobre la cual descansaban pequeños carteles con los nombres de quienes expondrían esa noche. Estaba el de Oscar Bosetti, el de Celia Güichal, y el de Francisco Godinez Galay. El de Miguel Vidal ya había sido retirado.

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