Es una historia partida en dos. En el momento de la transición, cuesta conectar ambas partes debido a que este traspaso es demasiado abrupto e inesperado. Primeramente se cuenta con lujo de detalle la conversación telefónica que mantiene una señorita con su madre desde un cuarto de hotel. Salinger, logra una perfecta descripción de la situación a través del aporte de datos tan específicos como por ejemplo, el hecho de mencionar que la joven mientras habla con su madre pinta las uñas de los dedos de sus pies. Esto hace que el lector imagine la escena con absoluta verosimilitud, casi como que se encontraría viéndola.
Los dichos de la madre, los constantes: ¿Seguro que estás bien? ¿Condujo él? hacen sospechar que algo no está bien con el marido de la señorita. El suspenso y la tensión comienzan despertarse. Con el transcurrir de la conversación, el lector ya sabe que el hombre del que están hablando, está enfermo.
En la segunda parte del relato, esta persona llamada Seymour es quien comienza a adquirir mayor protagonismo. Se encuentra en una playa y establece un diálogo con una pequeña que se encontraba vacacionando con su madre. Este diálogo, se convierte luego, en una situación de juego no ya en la arena firme, sino dentro del agua del mar. El suspenso y la tensión alcanzan su máxima expresión. Inevitablemente se está a la espera de que algo pase. Y ese algo con seguridad significará una situación poco agradable para la pequeña. Casi no se le presta atención a la conversación que ambos mantienen, se está a la espera de “eso”. Esta sensación que experimenta el lector, es un claro resultado de la antesala propuesta por el autor en manos de la joven y su madre, que al comienzo pareciera no tener mayor relevancia.
Finalmente, nada de lo que el lector espera sucede. Salinger nos ha engañado. Seymour deja a la niña con su madre y se retira al hotel a la misma habitación donde hacía momentos había estado su mujer hablando por teléfono. Por si quedaba alguna duda de que era ésta la misma habitación, el autor menciona que al momento de ingresar a la misma aún se percibía el aroma a esmalte fresco, lo que hace que imaginar al lector mucho mejor la escena. Se dirige a su habitación, toma su arma, y cuando el lector está completamente convencido que la matará a ella, se sorprende al leer que el disparo no sería para ella sino para él. Salinger nos ha engañado otra vez. La vigilia es extrema ya que el autor mantiene convencido al lector hasta la última frase que Seymour matará a su mujer.
“Quitó el seguro. Después se sentó en la cama desocupada, miró a la chica, apuntó con la pistola y…” hasta aquí todo hace suponer una cosa, pero a tan solo ocho palabras del final todo puede cambiar: “se disparó un tiro en la sien derecha”. Es un logro del autor, resultó ser un efecto bien aplicado. En este cuento encontramos claramente identificadas las categorías de historia uno e historia dos a las que Piglia hace referencia. Aparentemente, la historia uno tiene que ver con aquella que queda expuesta a simple vista, es decir, la historia de un hombre mentalmente enfermo con una mujer despreocupada que termina disparándose un tiro en la cabeza. Pero ciertamente la historia dos está relacionada con las terribles secuelas que deja en un ser humano combatir en una guerra. Si bien la historia dos aparece en la última frase del texto, ésta va apareciendo de a poco y es brindada al lector indicialmente y en pequeñas dosis.
Es decir, que es bien fiel a la definición propuesta por Piglia. Explota sobre el final pero no surge de la nada, el autor la ha ido soltando de a poco esperando el momento correcto para aparecer. Como ejemplo, bien puede funcionar la metáfora sobre los peces banana que aparece promediando la narración. Este breve relato dentro del relato mismo, representa simbólicamente el accionar de los norteamericanos a nivel político-militar y a su vez en mi opinión, funciona como desencadenante de la decisión que finalmente Seymour decide tomar.
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